Diario semanal 26/11 al 1/12

Este diario nace de la necesidad de encontrar un lugar donde compartir todas mis exploraciones. Me inspiré (o copié, como más les guste llamarlo) en dos newsletters que recibo semanalmente… leer más.

Lunes:

Termino de leer un libro que me prestaron hace apenas unos días: Chicas muertas de la autora entrerriana Selva Almada. Lo leí con voracidad un poco por morbo y otro mucho llevada por el relato coral impecable construido por la autora. Es una investigación acerca de tres femicidios ocurridos en la provincia durante los años 80. La manera en que Almada visibiliza la violencia hacia chicas y mujeres dentro y fuera del ámbito familiar me deja un poco movilizada y me hace escribir un texto en este mismo blog. Lo escribo sin esperar al Diario semanal porque no quiero que la indignación y angustia se me suavicen con el correr de los días.

Salgo a pasear a Bruno por la tarde y hay un grupito de hombres tomando cerveza en la vereda del supermercado chino de la cuadra. Un hombre, que me ve viniendo con mi perro, me dice «mamita» al pasar al lado suyo y todo el grupo se ríe. Sigo caminando con unas ganas terribles de decirle algo. Pero ¿qué? Me da ganas de decirle «¿en serio?», «con la lucha que ves que estamos haciendo las mujeres actualmente, ¿en serio me tirás un MAMITA?», «Chabón, ¿vivís en el siglo pasado?», «¿A quién le hablás? ¿Me lo decís a mí o querés que tus amigos vean que te animás a decirle algo a una mina que pasa para que no se den cuenta de lo amedrentado que te sentís frente al poder femenino?», «¿Sos de los que no se les para cuando es la mujer la que se les acerca y levanta?».

Llego a casa sin haber expresado una palabra. Pienso en las innumerables veces en las que tuve que hacerme la boluda, la débil, la que no sabía nada, para que algún compañero no perdiera su autoestima ni «virilidad» y me abordara, sedujera y penetrara. ¿Cuánto tendremos que esperar hasta que los hombres tengan la autoestima suficiente como para que las mujeres no tengamos que actuar de pelotudas?

Martes:

Me entero de que Perros de la Calle, el programa de Andy Kuznetzoff, ganó ayer lunes el Martín Fierro de Oro en los premios a la radio. Es un programa que hace mucho años escucho de vez en cuando. Me gusta el ritmo, la charla entre los que hacen el programa. Creo que tienen muy bien aceitados los mecanismo para hacer reír, emocionar, hablar en serio, entusiasmarse con un tema. Manejan muy bien la improvisación.  El programa tiene también muchas cosas que no me gustan: a veces se hacen los cancheros con los oyentes y los deliran (antes más que ahora) o cuando se les nota que tienen que venderte algo. Pero hay algo que muestra de alguna manera que quieren ser mejores que ellos mismos, que quieren superarse o corregirse a medida que pasa el tiempo. Me gusta eso. Odio la gente que no está dispuesta a aprender nada.

 

Miércoles:

Llego a la oficina caminando media hora tarde. En la Av Belgano, antes de llegar a Entre Ríos, el colectivo y los mil quinientos autos que querían como nosotros llegar hasta la 9 de julio, son desviados por Combate de los Pozos, para retomar por Chile. Chile también está cerrada, así que el 2 (y los ahora tres mil autos también obligados a doblar) tiene que seguir adelante para el lado de Barracas. Al llegar a paso de hombre a Carlos Calvo, decido bajarme y caminar por Independencia hasta Lima. Al llegar a Entre Ríos veo una cantidad impresionante de policías parando el tránsito y a la gente de a pie, para dejar liberada la avenida que en ese momento parece una pista de aterrizaje. Me freno porque escucho de repente el sonido ensordecedor de móviles y motos y helicópteros sobre nuestras cabezas. En medio de ese bardo, un auto blindado, con las balizas puestas, pasa pretencioso y protegido.  Adentro, un príncipe acusado de asesinar y descuartizar a un periodista, está pidiendo cagar en su inodoro de oro. Bienvenido al G20, Mohamed bin Salman. Después arreglamos lo de mi presentismo.

Jueves:

Homeoffice. Me doy una panzada de música y programas de radio. En Perros de la calle escucho la columna de Sacheri. Está hablando sobre la vergüenza de la final de la Copa Libertadores. Parece que finalmente se juega en Madrid para que no haya disturbios y violencia entre las hinchadas. Como si los barras no tuvieran como para el pasaje… Suerte que veo en Despegar que los tickets a España acaban de subir repentinamente a las nubes (y no es metáfora). Sacheri lee al aire un cuento suyo «El gato agazapado» que escribió hace un tiempo en respuesta a otro cuento sobre fútbol, esta vez de Soriano, llamado «El penal más largo del mundo«. Si bien no soy gran admiradora de este deporte, sí me atrae su folclore, cultura y tradición. Hay algo nostalgioso, como el tango o los cafetines de Buenos Aires, que me seduce. O será la camaradería entre los hinchas, el sentido de pertenencia a un club, la complicidad sana de la que, creo, gozaba antes el fútbol. Escucho que la voz de Sacheri se entrecorta de emoción al terminar su cuento. A mí se me cierra un poco la garganta. Acá dejo el audio. Posta, es hermoso el cuento.

Busco más tarde el cuento de Soriano al que le contesta Sacheri. Lo encuentro acá. Después lo leo.

Viernes:

Sigue el G20 y la reclusión forzada. Segunda panzada de Perros de la Calle. Hoy: columna de Hernán Casciari. Me encanta como escribe Hernán. Creo haber confesado ya acá, en mi Diario,  mi admiración por la revista Orsai.  Me gusta como escribe pero no tanto como habla. No sé, lo escucho un poco meloso, sus palabras muy pensadas. Su habla es siempre escrita. No le escucho la frescura de la oralidad. Igual repito: me gusta mucho como escribe.

Hoy comparte un texto escrito por él después de la otra Libertadores, aquella del 2015. El texto se llama «Teníamos un juguete» y lo lee (acá el audio) después de despotricar contra los barras, la Conmebol, los intermediarios, los jugadores. Como Sacheri, lo escucho nadar en un mar nostalgioso a lo Fontanarrosa. Me emociono de nuevo y me amigo con los hombres futboleros. No los machirulos que obedecen al mandato de la violencia; los del club, los de las partidas de truco en la cantina, los enamorados. Busco el cuento en su blog para leérselo algún día a mi viejo. Acá lo encuentro.

 

Sábado:

El G20 tuvo ayer su noche de gala en el Colón. Veo hoy la parte final de Argentum en la tele. Los bailarines, en el escenario, empiezan a corear con puños en alto AR-GEN-TI-NA! AR-GEN-TI-NA!. Me largo a llorar como una Magdalena. Ponchean a Macri que, como yo, está a moco tendido. Los asistentes sacan fotos al teatro dorado, a los frescos, a la araña. Apago el televisor justo cuando la cámara lo está mostrando a Trump que saluda rígido desde su palco, haciendo como siempre su rictus de mal cogido.

Encuentro el espectáculo completo en YouTube:

 

 

Estas fueron algunas de mis exploraciones esta semana.

¡Nos vemos el domingo que viene!

 

 

 

 

 

 

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