Le Marché en Buenos Aires

¡¡Hola a todos!! ¡¡Feliz primavera!! ¡Por fin! Qué bellos los días de sol, las flores, las salidas al aire libre… Estoy feliz de poder renacer junto a todo lo que me rodea y despertar de esta larga siesta que fue el invierno.

¿Cómo andan? Hace rato que no escribía. Tengo varias cosas para contarles así que de a poquito les iré compartiendo.

¿Qué tal estuvo el finde? Yo anduve por Le Marché el domingo. Le Marché es una feria de cocina francesa organizada por la Asociación Gastronómica Francesa en Argentina, Lucullus. Este año coincidió con el inicio de la semana Viví Francia, semana de Francia en Argentina con algunos eventos gastronómicos y culturales del país tricolor.

Por eso, esta vez Le Marché no estuvo en el hipódromo como generalmente se hace, sino que se ubicó al lado de la Embajada de Francia. Cientos (y no exagero) cientos de personas esperaban haciendo cola para poder entrar a la Embajada que estaba abierta al público para visitas guiadas.

Como ya se sabe, los amontonamientos de gente no me gustan nada, así que preferí irme derechito al Marché y dejar la visita para alguna otra ocasión. Claro, no se solucionó el temita del gentío en el mercado tampoco. La placita que está al lado del edificio francés estaba atiborrada de personas. Todas tratando de ver qué vendían los puestitos de los distintos chefs galos. No se podía caminar realmente y los canteros estaban llenos de gente que sentadita al sol hacía equilibrio para comer de sus platitos gourmets.

Yo me armé de coraje y paciencia y me acerqué al puesto de Le Beaujolais para comprarme un platito de boef bourguignon. Estaba riquísimo; ¡menos mal porque costó casi $100! Para le boisson, me acerqué a mi ya adorada combi de Julep y (¡qué sorpresa! ¿por qué tan pronto?) me enteré de que se había acabado la pomelada de lavanda. Chicos, lleven más cantidad, es la preferida de todo el mundo. Puse el pecho nuevamente a la adversidad y, como lo que vale es la actitud, me pedi un TríoEnergético (jugo de naranja, zanahoria y jengibre) que logró estar a la altura.

¿De postre? La maroma no me dejó llegar al éclair con el que había soñado la noche anterior peeeeero ahí estaban los chicos de Un, dos, crëpes para endulzarme el mediodía. Sentadita en los 30cm cuadrados que encontré de pasto libre, devoré la crepe de Nutella que AMO (así con mayúsculas), AMO con locura. ¡¡Los quiero Un, dos, crepes!! Si todavía no los conocés y no podés esperar hasta el próximo Le Marché (no tenés por qué esperar tampoco…), el local de Un, dos, crepes está en Perú 424, en San Telmo. Fui varias veces. La variedad de crepres salados y dulces es increíble. ¡Vale la pena el viajecito si estás lejos! Y eso que es un localcito chiquito… Pero está lleno de sabor y buena onda. (Estoy enamorada del francés que cobra en la caja pero shhhh, no lo sabe nadie).

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Trío Energético Julep
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Un, dos, crepes

Me gustan los mercados al aire libre. Más que gustarme; me encantan. Es cierto que la cantidad excesiva de gente puede nublarte cualquier mediodía de sol pero una vez que los sabores tocan tu paladar… ¡ya nada importa! Ahora hay que prepararse para este domingo 25 de septiembre que comienza el Festival Al dente! para celebrar la italianidad en Buenos Aires. ¿Dónde? En Av. Dorrego y Enrique Martínez, Palermo (junto al Mercado de las Pulgas). Ya me preparo para degustar los aceites de oliva y embutidos italianos…. ah…la dolce vita!!

Qué gourmet que te has puesto, mi Buenos Aires querido. ¡Así sí vale la pena tu diario e insoportable ajetreo!

Buenos Aires Market en el Parque Chacabuco:

Hola ¡feliz sábado para todos! ¡Qué hermoso día! ¡No me digan que no está para comerse un asadito al aire libre! Ya está entre nosotros, muchachos; ya veo las abejitas dándole vueltitas a las flores… la primavera está cada vez más cerca.

Y qué día ideal para ir al Buenos Aires Market. Hace un tiempo que había dejado de ir porque me cansaba tanta gente y me molestaba tener que ir codeando hasta el mostrador de cada puestito. Pero, a partir de hoy, cada vez que tenga un Market cerca de casa voy a ir con objetivos claros para no tener que dar vueltas tipo trompito llevada a la fuerza por la marea humana.

Este finde el Buenos Aires Market está en Parque Chacabuco. ¡Genial! y ¿cuál fue mi objetivo de hoy? En realidad fueron dos: (ya se me estaban acabando los que tenía) y algún dulce (tengo un frasco triste al fondo de la heladera de lo que queda de una mermelada de damasco, comprada en un supermercado vaya a saber cuándo y por qué). Con esos dos objetivos en mente partí para el parque, segura de que la gente no me iba a amedrentar.

¡Y así fue! La tarde estaba tan linda que fue imposible que el gentío me cambiara el buen humor que tenía. Aparte, al ver todos esos productos naturales, super bien presentados en los puestitos, los vendedores amables, dándome a probar de todo… es imposible no sentirse feliz. Bueh, por lo menos esta gordita que les habla es feliz en este tipo de mercados.

En cuanto a mi búsqueda del , tenía muchas ganas de comprarme alguno de The Blenders. En otro mercado me habían dado a probar uno de sus blends y me había gustado mucho. Por suerte encontré una cajita con un surtido de todos los blends que producen, a saber:

🌱Berry Lady: Té negro Ceylon, rosa mosqueta, hibiscus, cereza, frutilla, frambuesa y arándano.

🌱Ginger Bee: Té verda Sencha, jengibre, carcaritas de limón y miel.

🌱Chocolate Massala Chai: Té negro Ceylon, jengibre, cacao, clavo de olor, canela, cardamomo y chocolate.

🌱Passion Fruit Joy: Té verde Sencha, cascaritas de manzana y maracuyá.

🌱Fruit Magic: Rosa mosqueta, hibiscus, lemongrass, manzana, cáscaras de naranja, mango y naranja.

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Por ahora probé el Ginger Bee (que es el blend que ya conocía de ellos) y me encantó. Tiene un marcado sabor a miel y se nota el sabor de las cascaritas de limón; claramente no es el sabor del jugo del limón, es más perfumado y menos ácido. Me encanta. Les dejo la página de The Blenders 👉acá 👈para que conozcan la marca.

Segundo objetivo: el dulce. Acá tengo que hacer una aclaración. A mí me gustan mucho los dulces naturales orgánicos. Odio las mermeladas transparentes, lisas, artificiales y pegajosas. Pero, no sé por qué, en vez de probar sabores nuevos siempre caigo en mi amada y favorita frambuesa. Les juro, siempre voy con la idea de traerme algún dulce distinto, alguna mermelada de higos, de tomates, de zarzamora… pero nunca puedo decirle que no a la frambuesa. Me puede. Y esta vez no fue la excepción.

En el ´puestito de Patagonia Berries me dieron a probar de todo. Había dulces producidos enteramente en la Patagonia con frutos de allá: frambuesa, zarzamora, arándanos, rosa mosqueta… Lo que me llamó la atención es que había dulces sin agregado de azúcar, dulces «light». Los probé y me parecieron excelentes porque, a pesar de ser «light», no pierden para nada el sabor del fruto: al contrario, me parece que hasta se «concentra» al no ser taaaan dulce. Así que, como se imaginarán, me traje un dulce light de… ¡frambuesa! (Me gustó mucho el de zarzamora: bien ácido. Lástima que no vi el de guindas, ése es mi segundo favorito).

Cuando llegué a casa leí en la tapa del frasco que por cada dulce que Patagonia Berries vende, dona un desayuno para algún niño que asista a los Centros de Prevención de la Desnutrición de la familia CONIN. Así que, más contenta todavía me fui con mi mermelada, feliz de poder ayudar, aunque sea de una manera tan micro mini. Todo suma. Les dejo la página de Patagonia Berries 👉acá 👈para que chusmeen sus productos.

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Algo que me gusta muchísimo de Buenos Aires Market es que cada vez hay más food trucks. ¡¡Los amo!! Me parecen re piolas. Son un mini restó sobre ruedas y, como no tienen mucho lugar para depósito, siempre me da la sensación de comida fresca, recién hecha, llena de sabor. Cada uno tiene su estilo: el que vende falafel, el de los burritos y fajitas, el de helados, el de patisseries y café… Me encantan. Ya que estamos, les recomiendo una peli: CHEF. Está buenísima. Después vean el trailer acá👍 y se van a dar cuenta de por qué me acordé de esta peli ahora. 😄

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Finalmente, para merendar y hacer una pausa antes de volver a casa con mis compras me tomé un cafecito de Coffee Town acompañado de unas croissants con almendras de L’ épi Boulangerie (mis favoritas desde tiempos inmemoriales cuando paseaba por Paris 😄).

No será el Bois de Boulogne, ahícito nomás del Roland Garros, pero en el Parque Chacabuco hoy se respiró el aire aromático de los mercados gourmets. ¡Vamos Buenos Aires Market todavía!

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🎵 You ain’t nothin but a hound dog… 🎵

¡Hola a todos! ¡Feliz domingo! ¿Qué tal estuvo el fin de semana? Parece que terminando con lluvia, acá en Buenos Aires.

Estoy muy gourmet últimamente y estoy escribiendo muchísimo acerca de lugares donde ir a comer. Y, no está nada mal, ¿no? Hay que aprovechar que vivimos en una ciudad llena, absolutamente llena, de restaurantes y cafés, y la gente cada vez se preocupa más por comer rico, sano, distinto. Está muy bueno tener tantas opciones para elegir.

Hoy tomé la merienda en Muu Lechería en Puerto Madero (Juana Manso esquina Vera Peñaloza). Hacía tiempo que tenía ganas de ir ahí. Había pasado y le había echado al ojo al local tipo merendero de los años ’50, con un auto Cadillac y todo adentro del local. Así que, contra viento y llovizna, me fui para la Costanera para conocerlo finalmente.

El local está excelentemente ambientado: boxes con sillones plastificados color celeste clarito, sillas metálicas con asientos de hule; muchos colores pasteles, metales y blanco. Los mozos con chombas con cuellito, bien a lo Elvis Presley y las chicas con pañuelos tipo vinchas en la cabeza; muy al estilo del merendero de Volver al Futuro ¿se acuerdan? De hecho, creo que en el menú hay un plato llamado Mc Fly. ¡Uy qué ganas de ver la trilogía de nuevo!

Por supuesto, como se podrán imaginar, el menú está lleno de hamburguesas, aros de cebolla (nunca nunca como los de The Embers -para aros de cebolla, vayan allá), milkshakes, licuados, waffles y super tazones de café con leche, capuchino, cortados. Bien a lo gigante: bien a lo yankee.

La atención es excelente. Nuestros hermanos venezolanos, abocados todos al servicio en la gastronomía, son hiper amables y, obvio, con el acento ganan. Yo me pedí un tazón de capuchino y dos donuts. No me pareció muy buena la calidad de los productos. Esperaba un poquito más. Las donuts estaban un poco secas y los platos de mis compañeros no fueron nada espectacular tampoco (como les dije, los aros de cebolla no son como los de The Embers -ellos, allá, sí que tienen el secreto del rebozado perfecto) y el waffle de Banana Split tampoco fue gran cosa. Quiero decir, la presentación no fue nada original ni cuidada; en mi opinión. Otra cosa que yo cambiaría: los licuados vienen en vasos típicos con la formita del milkshake, ¿vieron los alargaditos con relieve? pero en Muu ¡son de plástico! Chicos, entiendo que los de vidrio son re pesados pero vale la pena usarlos, cambia totalmente la experiencia «merendero».¡Pónganse las pilas!

De todas maneras el lugar es hiper alegre; lleno de adolescentes, parejas, familias, amigos. Muchas selfies por todos lados. Y es que, con el Cadillac rosado en el medio y toda la decoración, da para sacar fotos a troche y moche. Luz de neón en paredes y techos con el nombre del restaurant y los platos que se sirven, música de Elvis de fondo y hasta una vitrina con merchandising (confieso que la shopping compulsive casi se tienta con un tazón con el logo de Muu en rosado… sí, ya sé, lo mío ya es cualquiera… jeje).

Da para volver porque el lugar es divino. Es una experiencia muy Disney. Me quedé con ganas de probar el milkshake de menta con chocolate y el desayuno con pancakes. Tiene una ventanita al costado del local (sobre la calle Juana Manso) para el Take Away y hay 2 x 1 en tragos de lunes a viernes de 19 a 21hs. para el after office. ¡Ah! Y los miércoles es Ladies Day (o sea, 2×1 para las chicas). Muu tiene varias sucursales: Palermo, Recoleta, Unicenter, Belgrano… y está por abrir otros más en Pilar y Castelar.

Fue una hermosa tarde, a todo rock ‘n’roll y a todo Elvis la Pelvis (¡Ahora tengo ganas de ver por enésima vez Grease! 😜)

Les dejo el link a la página de Muu👉 acá👈. Está el menú para que vayan chusmeando.

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Tomando un tecito en Tehani Lab

¡Hola gente linda! ¿Cómo andan? El martes pasado fui invitada por la gente de Tehani Lab a conocer su local en Palermo (Thames 2215) y probar sus exquisitos blends. Tuve la suerte de que me recibiera Luciana Datria, su creadora. Con ella conversamos un montonazo: me contó la historia de la marca y me hizo probar el té verde con un crumble de manzanas elaborado allí mismo, bien caserito.

El local te recibe con una especie de jardín o galería con mesas y sillas altas de madera que invitan a sentarse y a compartir una tarde fresca debajo de plantitas colgadas en burbujas de vidrio. Algo de la naturaleza del litoral se respira en ese especie de porche fresco. Al entrar, te encontrás con estanterías hasta el techo donde, prolijamente, brillan frascos y latas con hebras y blends y ¡oh sorpresa! productos de cosmética realizados con esencias y aromas de té. Todo se puede tocar, oler, sentir: té Rooibos, Earl Grey, té verde, té negro, en saquitos, chocolates con té, cremas corporales y brumas corporales con aromas de té. ¡No por nada se llama Tehani Laboratorio de Té!

Sí, gente, en Tehani Lab se RESPIRA té. Luciana me contó que uno de las motivaciones que ella tuvo al comenzar la marca fue la de utilizar los productos de origen. Después de estudiar en varios países y capacitarse como tea blender y sommelier, se dio cuenta de que las mejores hojas de té estaban en Oberá, Misiones donde, dicho sea de paso, compran marcas de té tan conocidas como Twinings y Lipton para producir sus blends. Sí, sí: usan nuestro té.

La marca produce sus blends con materia prima misionera totalmente libre de agroquímicos y pesticidas y todo el local expresa ese respeto por la sustentabilidad y el aprovechamiento de todos los frutos y hierbas provenientes de nuestro Litoral. En Tehani podés encontrar confituras de naranja y té negro, chocolate premium con 60% de cacao con Earl Grey y naranja o con té negro y frutos rojos, jabones líquido para manos y cuerpo con té verde y jengibre…… ¡entre tantas otras combinaciones, teniendo siempre como protagonista al té! Una verdadera fiesta para los sentidos. ¿Saben lo que significa «Tehani»? Justamente eso: es un nombre femenino africano que significa «celebración».

El lugar es ideal para encontrarse con amigos y que-daaaar-seeee. Las mesas de madera son amplias, las sillas, cómodas y el sillón con almohadones invitan a estarse largo rato. Se puede charlar, trabajar (hay enchufes para que puedas llevar tu compu/celu/tablet), organizar una reunión mientras disfrutás de todas las infusiones y exquisiteces que se hornean ahí mismo. Hay budines, cookies, scons (sí, preparados con té como uno de sus ingredientes ¡adivinaron!) Al fondo del local hay un patio techado con luz natural, una biblioteca gigante y miles de libros y revistas de decoración (esos que ponés en la mesita ratona y hojeás mientras tomás un tecito). Bueno, así como en casa pero más lindo.

En la pizarra, para ir saboreando, se anuncian:

Tés de origen: té negro / té verde sin agroquímicos ni pesticidas, cosecha de selección

Blends de té negro: Orange Earl Grey (té negro, naranja,  bergamota y clavo de olor)

                                            Berries Black Tea (té negro, arándanos, hibiscus y rosa mosqueta)

                                            Vanilla Black Tea (té negro, vainilla y miel)

                                            Chai (té negro, especias masala)

Blends de té verde: Ginger Green Tea (té verde, jengibre, lemongrass y menta)

                                            Flower Green Tea (té verde, pétalos de rosas, rosa mosqueta, jazmín                                               y frutilla)

También hay, esperando ya la primavera: iced teas, milkshakes y limonadas con té para seguir disfrutando de los blends en las tardes más templadas. No les cuento lo contenta que me puse cuando Luciana me contó que también organizan eventos y catas para los que somos curiosos y siempre queremos más. ¡¡Allí estaré, sin dudas!!

Tehani Lab es un rincón apacible de aromas litoraleños para merendar, almorzar, brunchear y estarse. Un placer.

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¡Gracias Luciana y Dani!

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¡Dos cafés nuevos en Caballito!☕

Se acaban de abrir dos locales nuevos en Caballito para comer, brunchear y merendar. Como no podía ser de otra manera, mochilita al hombro y apetito despierto, fui a conocerlos y a degustar algunas exquisiteces. Para el distraído, aclaro que fui en dos días diferentes… ¡Pst! ¿Qué se pensaban? ¿Que me había olvidado de mi dieta?

El primer lugar que conocí fui Molly´s, un café ubicado en la esquina de Formosa y Riglos. Hermoso local: super amplio, con ventanales gigantes tipo casa antigua. La luz que tiene el lugar, aparte de tener la ochava entera de ventanales, se debe a la decoración minimalista del café. Sin dejar de ser acogedor, las paredes son completamente blancas y las mesas y las sillas también son de color blanco combinado con madera clara. Hermosas. La vajilla impecable; se nota que acaban de abrir hace una semana.

Hay algunas plantas por aquí y por allá y en la barra hay una heladera donde se ven algunas tortas y cuadrados. Sobre el mostrador, bandejas de pie y frascos con muffins y bizcochos.

El menú es bastante completo, aunque todavía no estaba todo lo que aparecía allí escrito. Algunas tortas, sánguches, ensaladas, waffles, licuados y limonadas. Es ideal para brunchear como me gusta a mí: encontrar opciones gourmet tanto dulces como saladas.

Yo probé el waffle relleno con pollo frito, queso cheddar y cebollas caramelizadas. Lo acompañé con una limonada con jengibre y menta (mi preferida, ¡always!). Me encantaron las cebollas, le dieron un toque dulce al sandwich «wafflero».

La atención, impecable. Se preocuparon siempre de preguntarnos cómo iba todo. El ambiente acogedor con música de fondo y lámparas colgantes con diseños en hierro súper modernos. Una buena combinación entre lo despojado de la decoración y la sensación de cocina antigua de campo.

¿El postre? ¡No me lo iba a perder! Brownie de Nutella. Sí, leyeron bien: de Nutella. ¡Exquisito! Había algunas mesas con gente conectada con la compu, no pregunté pero seguramente tienen una buena conexión a Internet para poder ir a trabajar allí.

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Lo venían anunciando por Facebook y finalmente ¡llegó el día! Se inauguró por fin el local de Nucha en la esquina de Cachimayo y Valle. Ya es conocidísima la pastelería de esta mujer. Es una grosa. Sus tortas y sus meriendas opíparas con sanguchitos, scons y muffins son famosas. ¡Por suerte ya tenemos sucursal en Caballito!

El local es bastante pequeño pero está muy bien aprovechado con mesas adentro, afuera y una barra que da a uno de los ventanales. La decoración es impecable, con muy buena iluminación de dicroicas y lámparas en colorado y blanco. Las mesas y sillas también son blancas combinadas con madera haya.

Ni bien entrás al local, te recibe una heladera gigante con las tortas y cuadrados exhibidos. Cheesecakes, Rogel, Chocotortas, de Mousse de arándanos, de Maracuyá, Crumble de Manzanas…. La carta presenta también algunos platos salados pero lo fuerte de Nucha son sus magníficas tortas. Hay croissants también interesantes, creo que vi algunos con frutos secos como almendras y pistachos.

El local estaba atiborrado de gente. Muchas mujeres que decidieron tomar el tecito juntas un día después de la inauguración. Atrás mío había una mesa de ocho mujeres que cacareaban como locas mientras iban llegando las bandejitas de tres pisos con las exquisiteses del Té Completo Nucha.

Yo probé la torta de Mousse de maracuyá con chocolate blanco (ya les dije que me estoy cuidando). La acompañé con un tecito Earl Grey (tienen Twinings). Debo reconocer que las porciones de torta son super generosas; se puede pedir media porción. La atmósfera era alegre y de mucha charla. Sin música de fondo.

El lugar del barrio que eligieron no puede ser mejor; justo frente al Barrio Inglés de Caballito. Precioso. Se te pierde la vista en esas casonas inglesas con sus patiecitos frontales. Un primor. Hace falta que terminen una torre que está en construcción sobre Cachimayo para tener mejor vista de ese lado. Tienen mesitas afuera y toldos para tomar alguna limonada una tarde más templada.

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¿Qué cafés o bares me recomiendan ustedes? Puede ser Caballito o cualquier otro barrio. ¡Hay tanto por descubrir y degustar! ¿La bikini? Qué sé yo, que espere… este verano trataré de imponer la moda del traje de neoprene. 😜

Una vuelta al perro llena de colores

Tener un perro trae muchas responsabilidades. Aparte de comprarle su alimento balanceado, vacunarlo cuando es necesario y mantenerlo sano y limpito hay que  ¡sacarlo a pasear ! 😖

Yo digo que Bruno me saca él a mí a pasear, porque suelo quedarme colgada trabajando en la computadora o limpiando la casa y el pobrecito me da vueltas alrededor con cara de carnero degollado y unos ojos que dicen «Dale, por favor, sacame!».

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Muchas veces es un esfuerzo enorme el que hago. Fundamentalmente cuando son las 3 de la mañana, acabo de llegar de una cena o una salida y con diez grados bajo cero y con ganas de meterme en la cama, prorrogo un poquitín más meterme al sobre y lo saco a Bru a hacer pis en la vereda. Esto tiene su parte de beneficio: a la mañana siguiente puedo dormir a pata ancha: sé que él no va a aparecer al costado de mi cama despertándome con la patita para que lo saque al baño.

Otras veces, y estas son las más, por suerte, es un placer salir con Bruni. Dar una vuelta por el barrio, que te dé el aire fresco en la cara, pasar por un parque y escuchar los pajaritos (cosa casi milagrosa en Buenos Aires) es super disfrutable. Yo creo que lo disfrutamos los dos por igual (yo hago pis antes de salir, aclaro).

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Los sábados o domingos suelo hacer un paseo más largo a la mañana y me llego hasta el Parque Centenario. Como estoy en plan de bajar algunos kilitos, me viene genial dar algunas vueltas, aunque más no sea una caminata enérgica (para los 21K me falta tiempo y ¡nuevas plantillas!). Para Bruno es una piece of cake, como se dice. Tomamos por la calle Otamendi que es bastante tranquila y vamos viendo las casas y, sobre todo, los murales con los que nos cruzamos por el camino.

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Un tiempito viví en San Telmo y me fascinaba ver la cantidad de murales y paredes con pintadas y grafittis que había por todos lados. Me sentía en medio de una barrio bohemio y artístico. Caballito no es lo mismo en este sentido, claro. Es más comercial, con muchos más edificios modernos. Pero, en este recorrido por Otamendi encontré muchos murales llenos de colores. Algunos son paredones de negocios, como librerías o talleres de marcos. Otros son simplemente medianeras de casonas o edificios.

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Me gusta ver mi barrio con otros ojos, con mirada más atenta, menos «anestesiada». Se encuentran muchas perlitas. Voy a seguir prestando atención a ver qué otros tesoros encuentro… Los que son de Caballito, ¿conocen algún mural, casona, portón… especial? ¡Avísenme así voy y le saco foto!

Hoy los dejo con este paseo hermoso al sol de la mañana dominguera. ¡Ah! ¡Me olvidaba! Nos acompañaron en el recorrido mi hermana, Lore, y su perro Titito.

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¡Hasta el próximo paseo!

 🐶   🐶   🐶   🐶

¡Arte! ¡Arte! ¡Arte!

Hace muchos muchos años fue mi primera vez como viajante solitaria. Hice una pequeña valijita, invertí todos mis ahorros en un curso de inglés y partí rumbo a Londres,  en un agosto nublado y frío de Buenos Aires.

Era mi primera vez viajando sola y, aunque había estudiando desde chica inglés, al llegar a Heathrow me encontré con un mar de gente y una nube cosmopolita de lenguas y dialectos que me era imposible entender. Millares de ropajes extraños, olores y colores de piel. Había salido, por fin, al mundo.

Tenía viajes anteriores a Estados Unidos y el Caribe, incluyendo Brasil. Pero este era el primer contacto têt a têt, autónoma e independiente, con personas de otro mundo. Había finalmente cruzado el charco. Y sola, mi alma, me las tendría que ver.

Me hospedé en una residencia universitaria donde compartía una cocina gigante con otros estudiantes que, como yo, habían llegado de otros lugares a estudiar inglés y adentrarse en la vida alocada de la ciudad del Thames.

Yo no tenía mucha idea de qué hacer y adónde ir. Llevaba, sí, un listado de lugares que me interesaba visitar pero tenía, ahora, que congeniar la vida estudiantil (el curso, las clases, las lecturas) con los pubs, el tube y el Mind the Gap.

Mis compañeros de residencia se convirtieron instantáneamente en cómplices de salidas, idas al súper y recitales en el Hyde Park. Como si nos conociéramos de toda la vida. De hecho, al llegar y poner un pie en la universidad, unos chicos alemanes-polacos-venezolanos, así mezclados, me recibieron con un «¡Dale, apurate, dejá las cosas en tu dorm y venite al Hyde Park que está cantando Sting! Ah, ¿cómo te llamás?»

Nuestras tardes eran pura caminata. London Bridge, Picadillly Circus, London Eye, Big Ben, Westminster Abbey y la Tower of London. Comíamos noodles casi todos los días, sentados en una plaza durante el lunch break del curso y comprábamos unas cuantas porquerías que recalentábamos a eso de las 7PM como cena «a la inglesa» en la cocina eléctrica de nuestro depto. Creo que en los dos meses que estuve ahí no comí nunca british food.

A veces llegaban a los dorms estudiantes de Arabia Saudita o Jordania. Países que hacía muy poco había oído nombrar por primera vez. Se quedaban algunos días, nos contaban de palacios, príncipes y «el harén de papá». Se manejaban siempre en taxi y se volvían a sus casas cargados con bolsas de Harrod’s o de alguna tienda de Notting Hill.

Hice algunas escapadas de fin de semana que organizaba el instituto con precios moderados para estudiantes. Fue así que visité Bath, Cambridge, Edimburgo y el Lake District. Aprendí sobre poetas, escuché gaita a morir y conocí a un tal Peter Rabbit escondido en las praderas del five o’clock tea. Vi la espada de Willam Wallace, me enteré de un rey que decapitó a sus ocho esposas y caté whisky tras whisky desde las 9 de una mañana.

Me enteré, como quien no quiere la cosa, de que los romanos y los celtas estuvieron por todos lados y que «tatoo» no solo es un tatuaje. Aprendí que Shakespeare nació en un lugar con nombre raro y que las especies de las vacas y los caballos me sonaban de algún lado…

Tuve días grises, sí. Días en los que extrañaba. Tal vez era de tantos días sin dormir, estudiando a la mañana con la pint todavía circulando por mis venas y mi amiga la resaca. Sin duda era todo tan nuevo para mí, tan excitada me encontraba, que necesité en algunos días poner pausa y sentirme triste a la distancia.

Eran días donde me encerraba a leer o salía despacito buscando algún rincón conocido, algún aroma o sabor que me recordara a mi Argentina. Difícilmente lo encontraba y medio alicaída, vagabundeaba. Solía cruzar el Waterloo Bridge y sentir el abandono y la soledad, más que nunca, así como estaba, en medio del tumulto de la Trafalgar Square.

Y en una de esas tardes de absoluto goce nostálgico lo encontré.

Encontré lo que sería mi refugio a partir de ahí, mi antídoto para esas tardes de drama truculento. Subí despacito las escaleras de mármol blanco y me metí. Botticelli, Leonardo, Michelangelo, Raphael, Caravaggio, Rubens, Poussin, Van Dyck, Rembrandt, Cuyp, Vermeer, Ingres, Degas, Cézanne, Monet, Van Gogh, me habían estado esperando para introducirme en un mundo silencioso, lleno de vida. Como escape a la agitación londinense de afuera, acepté la invitación y me sumergí en las profundidades del arte del mundo entero.

No sé qué fue exactamente lo que en un instante me hizo sentir bien. Si los trazos en los cuadros, los colores o los marcos, la luz del lugar, el ruido del piso de madera al caminar o unos chiquitos sentados que estaban escuchando la explicación acerca de un perrito en un extremo de un cuadro. Tal vez fue el orden y la limpieza del lugar. O el silencio contemplativo de los visitantes. Tal vez fue la estética toda, que se me contagió.

Lo cierto es que desde ese día me hice visitante asidua de la National Gallery. Cada día que entraba, me concentraba en nuevas obras. Iba aprendiendo, no sé cómo y así nomás, de sopetón, sobre formas y texturas, sobre temas y artistas,  sobre movimientos e historia. Se convirtió para mí en un ritual de exorcismo. Cada vez que me sentía medio bajoneada o que comenzaba a  extrañar, agarraba mi mochila, dos o tres pounds y al museo marchaba. Y al pisar el plastificado y percibir el perfume de la madera inmediatamente despertaba.

Hay algo con el arte. Y sé que no descubro nada diciendo esto. Pero no sé qué pasa con la plástica, los cuadros, las imágenes representadas, los objetos en exposición, tal vez el orden en que están dispuestos… algo de esto me traspasa y me calma; me anima, me llama… Viajo en tiempo y en espacio. Veo, me imagino, siento. «Entiendo». La humanidad, entiendo. Ahí estamos todos, en esos cuadros, en esos objetos que me interpelan y me dicen algo. Me incluyen, me ubican. Me hacen sentir bella.

Sentí lo mismo, luego, cuando entré al Britsh Museum. Lo mismo, al terminar el curso, ya en París, en el Louvre y en el Musée D’Orsay. Cuatro años después, en el Musée du Moyen Age, en el de Victor Hugo y con Gaudí en el Parc Gruell.

Quise ver si la experiencia se repetía en mi ciudad y fue así. Busqué otra vez esa sensación de pertenencia, de humanidad y de expresión en los museos de Buenos Aires y la encontré. En el de Bellas Artes, en el Malba, en el Palais de Glace… otra vez boquiabierta frente a la obra artística de tantos de allá y tantos de acá.

Hay algo universal en esta experiencia estética. Algo de alivio frente al reconocimiento en la expresión y en el sentir humano tan diverso y al mismo tiempo tan igual. No sé muy bien qué es, suele despertar en los viajes y en los museos, pero qué bueno saber que puede repetirse en cada instante frente a una obra de arte.

En Londres la experimenté y fue mi primera vez. Y cuando puedo, la repito. Ahora no tanto porque me siento sola o alejada de lo conocido. Sino, al contrario, cuando la vida se empecina en la rutina y me ahoga con lo nimio y chiquitito. Entonces, como diría una vieja amiga mía: «¡arte, arte, arte!»

 

Mendoza. Día 4. Belleza, espumantes y alguna que otra contradicción

Los concursos de belleza siempre me han generado muchísimo rechazo. Me parece absolutamente denigrante que una mujer se presente delante de un jurado que inspeccionará cada centímetro cuadrado de su cuerpo; que escribirá, en un anotador, cada detalle del brillo de su pelo y le observará detenidamente la uñas para ver si son verdaderas, esculpidas o mordidas. Bajo el ojo detallista del selector, la chica queda reducida a un envase o producto en un exhibidor. Despojada de su subjetividad y sus atributos humanos, sus deseos, pasiones, miedos, ideas, sueños, sus derechos ¡y hasta su voz! existirán en la medida en que ella responda a los parámetros de belleza física.

En la Semana del Espumante, en el departamento de San Rafael, nos cruzamos con la candidata a reina departamental de la vendimia. La chica tenía una banda que decía «Paredes» en letras doradas. Después me explicaron que las chicas primero concursan dentro de cada distrito, luego la ganadora lo hace a nivel departamenal y, por último, todas las reinas departamentales son las que participan por el premio más preciado en Mendoza capital: ser coronadas «reina nacional de la vendimia».

Nos encontrábamos en la bodega Casa Bianchi, donde comenzaba la Semana del espumante con una fiesta fenomenal: luces de colores, una escalinata blanca hasta la entrada del salón de la bodega donde todos nos frenábamos para sacarnos una foto sobre la alfombra roja del evento. Detrás de la casona, los viñedos iluminados con reflectores esperaban orgullosos a que probáramos la cosecha. Una cola de autos seguía llegando. La gente que bajaba emperifollada clavaba con firmeza sus tacos en la tierra de viñedos. En el salón, un grupo tocaba música jazz en vivo y los mozos zigzagueaban entre los asistentes que, rompiendo toda compostura, se abalanzaban, uñas pintadas gemelos rozando, sobre quesos ahumados y jabalíes servidos.

La reina de Paredes entró con su vestido largo, su corona y su cetro. Muy maquillada, pómulos altos; «monísima», ella. Se la veía alta y esbelta. Bella y sola. Paradita, obediente, esperaba para responder al pedido que viniera: una foto con una pareja, un beso, un saludo con la cabeza al que respondía regalando fotos propias. Nadie pero nadie se acercaba para hablar con ella. El gesto de la gente era el mismo del autorretrato (ahora, selfie) con un paisaje o un objeto. Mirá dónde estuve, mirá lo que tengo al lado. Solo una señora de vez en cuando se le acercaba a arreglarle el vestido o a retocarle el peinado. Y ahí se la veía a ella, un poco aflojaba y conversaba.

Empezaron a descorchar espumantes en la barra. Nuestras copas, en mano, hacían respetuosamente la cola mientras la crema de la crema de San Rafael conversaba animadamente y relojeaba a la gente nueva. Descubrí a unos cuantos mirando para mi lado, el grupo de extranjeros que veníamos a chupar. La música seguía sonando, aunque a medida que pasaba la noche, quedaba un poco escondida detrás de la charla y el bullicio.

Ya ni me acuerdo lo que probamos. Solo sé que el color y tamaño de las burbujas iba variando a medida que nos servían: rosadas, amarillas, más grandes y rápidas, más chiquititas, menos temblorosas… Al queso y al jabalí se le sumaron aceitunas negras y la gente comenzó a salir a la galería de la parte de atrás para respirar la noche rafaelina entre viñedos y autos Audi estacionados bajo las estrellas.

Se hablaba de uvas, aceites, bodegas y cuestiones familiares mezcladas con mercado externo bien al estilo pueblo agrícola productor. Las señoras, sobrias, con tacos altos y peinados bien teñidos, conversaban, copa en mano, sobre las universidades de sus nietos e hijos. Algunos, mimosos, se abrazaban seguramente animados por la larga cata de extra brut. La reina ya no estaba en ningún lado. Justo cuando todos se empezaban a descontracturar, a reírse cada más fuerte, la candidata de Paredes se esfumó, tal vez su carroza ya convertida en calabaza.

Me quedé pensando, en aquel momento, ¿por qué una chica querría ser reina de la vendimia? ¿qué beneficios le traerá además de popularidad o una mirada más en la calle? Algunas  nombran el honor de representar a un pueblo a nivel nacional, de hacer visible el trabajo en los viñedos. Otras hablan de la participación en actividades solidarias en pueblos o parajes recónditos dentro de la provincia. Las motiva, indudablemente, el amor por el terruño (sentimiento extraño para una porteña como yo) y un poquito de vanidad, claro (que de eso sí, lamentablemente, conozco mucho yo).

No apoyo para nada los concursos de belleza y mucho menos la cosificación de la mujer pero cuántas paradojas veo. Hoy leí, por ejemplo, en un artículo en la página de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, que las representantes departamentales, aspirantes a reinas y virreinas de la vendimia, habían participado de un taller sobre la trata de personas, para que las chicas puedan actuar como promotoras y comunicadoras de derechos. ¿Es contradictorio esto o existe una manera distinta de verlo?

Me da escozor ver a las chicas concursando por el reinado entre el mejor ejemplar vacuno en la Rural o entre la mejor cosecha de la tierra de un lugar. Me da la misma sensación de terror que sentí frente a una vieja imagen del siglo XIX donde se veía a unas personas de pueblos originarios exhibidos como ejemplares en zoológicos humanos. ¿Somos las mujeres un «producto» humano para mostrar? ¿Somos un objeto/ser vivo para embellecer y exhibir? Por supuesto que no. Pero ¿quién es ese ojo que mira y califica? ¿Los hombres? ¿La sociedad? ¿Las mismas mujeres?

Soy culpable yo también: me compro cremas para la cara, me maquillo casi todos los días, compro productos light para no engordar y gasto en la peluquería un dineral. No quiero tener la piel grasa ni el pelo seco. Lucho contra la flacidez; la cola tiene que ser redonda; los pechos, turgentes y el abdomen, plano. ¿Me perece un tontería? Rotundamente: sí. ¿Renunciaría a verme «linda»? Vergonzosamente digo: no. ¿Qué nos pasa con la «belleza», a nosotros, como sociedad?