¿Para qué?

Llego del laburo generalmente cargada de cosas y con muchas ganas de ir al baño. Bruno me recibe, rabo eléctrico, contorneándose de alegría y sí, se mete conmigo en el baño. Me «preparo» después algo de comer, casi siempre la bandejita por peso que me traigo de los chinos. La traigo desde Flores: el kilo es más barato que por acá.

Me lo sirvo en un plato y puteo porque está frío. Así que prendo el horno porque, qué boluda, nunca quise microondas. Lo hago desde abajo, desde la «parrilla». Por alguna extraña razón, desde que me mudé a este departamento, la llama no enciende si pongo el encendedor desde la parte de arriba del horno. Me tengo que agachar, cansada como estoy después de horas parada en el aula, y sostener con un pie la tapa que se cierra y no queda abierta.

Me siento en el sillón del comedor. El pareo que intento dejar como adorno sobre el cuero está hecho un rollo, sucio y con olor a perro. En realidad, mi adorado sillón es hace tiempo la cama de mi can. Permiso, Bruno, voy a ocupar algo de tu espacio. Frente al sillón, uso la mesa ratona para apoyar el plato, pero como me queda medio baja para cortar, pongo el plato haciendo equilibrio sobre una caja de esas lindas de cartón con dibujos de plantas y vaquitas de San Antonio. También están pensadas como decoración, pero los sucesivos platos calientes han empezado a levantar el plastificado de las tapas.

Busco el control remoto. Puta, está al lado del televisor. Desenredo mis piernas y lo voy a alcanzar. De camino, abro la mochila y agarro mi celular. Cierto que no había visto los mensajes desde las 7.30 AM, cuando salí para la escuela. Tengo como unos 230 whatsapps. Todos al pedo. Ninguno importante. Más cosas del trabajo y algunas fotos que compartieron en los grupos gente que, por suerte, no labura dando clase (o de algunos que, qué culo, se quedaron enfermos en casa).

Tengo el pelo engrasado y la remera chivada a pesar de los 15 grados que hace afuera. El aula es un microclima tropical y pegajoso que se te mete en el guardapolvo. Me levanto el pelo en un rodete y me lavo las manos. Ahora que pensé en el aula y me acordé, me dio asco comer con las manos pesadas.

Caigo pesada, finalmente, en el sillón. La comida, medio fría otra vez. Ya fue. Prendo la tele. ¿Qué hay para ver? No quiero pensar en nada entonces pongo a Rial. Mecho con alguna guerra de cupcakes o con la transformación de gente y de casas en algún canal «Home-Sarasa-Home». Me aburro mientras como. Siguen entrando mensajitos en el celular.

Apilo los platos sobre los de anoche. Una fina película de pequeñas partículas negras flota sobre el agua y el vaso de ayer. Hoy a la mañana, como todas las mañanas, la tostada se me quemó y la put que lo parió.

Voy a la habitación, las zapatillas me están matando. La cama deshecha y revuelta como si durmieran dos. La ropa se mezcla con sábanas y entre todo el quilombo, mi gata hecha un bollo durmiendo la mona.

Como no comí en casi toda la mañana, sigo con hambre. Busco en la heladera a ver qué hay. Dos ciruelas más verdes que maduras, una lechuga triste y olvidada, tres rebanadas de pan lactal (mañana serán dos y una quemada) y el frasco de mermelada BC de frambuesas por el cual invertí, ayer en el super, un dineral.

Necesito imperiosamente algo dulce como postre. Me hago unos pochoclos, sí sí, bien livianitos, no vaya a ser que tenga que salir a comprar. Mientras explotan en la Essen, Bruno, que ya gastó el parquet siguiendo cada uno de mis pasos, me mira insistente para que le ponga comida en su plato. Quiere un poco de lo que me sobró. Sorry, Bru, pero vas a tener que lamer el aceite que quedó en el fondo de la bandejita plástica. Aparte, ¡con lo que me sale tu Eukanuba, la pucha que te parió!

Pongo el agua para un mate. La cafetera Dolce Gusto, mucho gusto, cuando tenga mucha guita te voy a volver a usar. Vuelvo al sillón, contenta con los pochoclos calentitos. Me entero de que Fede Bal y Barbie Velez se acaban de separar. Mierda, cómo puede ser. Y así nomás me agarra una nostalgia tremenda porque el verano ya fue.

Me voy relajando de a poquito, panza llena, más bien inflada. Son las tres de la tarde. La hora en la que dejo de existir por un rato. Se me cierran los ojos, así, medio doblada en el sillón. Pierdo dos o tres veces el conocimiento. El mate se enfrió. Bruno aburrido, esperando la salida de la tarde.

Voy trabajosamente hasta la habitación y hago la cama, despacito, convenciéndome de que las chicas que viven solas son ordenadas y limpias. En un impulso de autodisciplina insospechada guardo algunos zapatos en el placard y barro las miles de plumitas-pelusas-pelos de debajo de la cama. Mi acolchado tiene varios tajos y unas cuantas manchas dignas de serología forense.

En la tele ya apareció otro programa de chimentos y un comercial del que viene después, uno donde hay gente que busca gente. Ya son las 4 largas, casi 5 de la tarde. Tengo que sacar a Bruno, tengo que sacar a Bruno… la pucha que lo parió… Agarro la correa, se pone a saltar. ¿Dónde mierda tengo bolsitas para llevar? Agarro una del Día, tamaño «cagada fenomenal» y otra que guardé del pan lactal que se me acabó la semana pasada.

El aire y la caminata me despabilan un poco. Mejor. No siento ya tanta flojera. Veo pibes saliendo del turno tarde de algunas escuelas, unas cuantas madres más jóvenes que yo, divinas ellas, merienda lista, clase de fitness. Forras bien forras, ellas. Y me deprimo otra vez pensando que estos chicos llegan a casa, tarea por hacer. Menos mal que yo llego y lo único que tengo que hacer es leer y ordenar un poco…

Ya va haciéndose más oscuro y no fui al super a comprar nada. Tengo un paty en el freezer y me sobró algo de arroz de la última feria que ya ni me acuerdo cuándo fue. Listo. Cena arreglada. Me meto a la ducha y pienso: para qué mierda quiero un marido? para qué dos pibes que me rompan las pelotas? Salgo, el pelo enredado en el toallón y me digo al espejo, todavía empañado: para compartir con ellos tus días y no tener que hacerlo  en un blog.

5 comentarios sobre “¿Para qué?

  1. Te seguí por toda la casa con tu relato. Muy vívido y real. En la ultima parte quise abrazarte. Al menos lo compartís con nosotros que andamos en la misma (salvo por lo del gato) saludos!

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    1. Gracias chicadeleter!! Qué bueno que nos acompañemos en esto. La vida vista desde este ángulo, también tiene un poco que ver con lo que decís en tu texto, «la mochila de ser mujer». Se supone que a una cierta edad una tendría que estar ya casada, con hijos, tener las cosas más… ¿resueltas? Y aunque una sepa que son prejuicios y mandatos retrógrados, no logra a veces evitar sentirse sola. Yo creo que la escritura es una manera de compartir y poner en duda muchas cosas! Sigamos, pues!

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      1. Gracias pues que somos un constante feedback. Vaya a saber por qué causa rara del destino se han cruzado aquí los pensares de dos muchachas no resueltas (según la opinión mayoritaria) para ayudar a otros a ver desde este ángulo 😉 Sigamos sí! Saludos!

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